viernes, 20 de marzo de 2009

El bendito cartelito

Los comercios muestran imágenes tan maravillosas como contradictorias. Sólo basta observar con detenimiento y estar bien, pero bien al pedo, lo admito.
Estaba en Lima entrando a Starbucks para pedir un café negro, sí, aunque parezca increíble, tomé un café negro en ese lugar que te lo venden con moka, miel, canela y hasta una pizca de salsa parmesana si querés. Volviendo al tema, me dirigía hacia la barra para comprar mi bebida y observé con agradecimiento cómo una empresa se preocupa por el cliente: “en Starbucks nos preocupamos por tu seguridad”, decía sin más un cartel en la entrada al local, que seguía al lobbie desamparado de fumadores. Para completar la imagen, un guardia se encontraba parado justo al lado del cartelito. Ninguna casualidad.
Sin embargo, y ete aquí el dato curioso, cuando me senté en la mesa, con mi extraño café negro y regocijado porque me encontraba en una empresa del primer mundo, di con otro cartelito, en forma de triangulo y, por supuesto, muchísimo más pequeño, que sugería al estimado cliente: “cuida tus objetos personales”.
Lamentablemente, no pude comprender la paradoja. Me sentí engañado en mis foros más internos. Decepcionado. ¿Ahora resulta que las empresas del primer mundo protegen tu seguridad sólo si estás parado al lado del guardia leyendo el cartelito? ¿Qué, la seguridad tiene un metro a la redonda?
La verdad, no sé, pero por las dudas dejé mi bolso en la silla de enfrente con la certeza de que si algún despistado tenía la mala idea de robarlo se llevaría la inmensa decepción de hallar dentro un libro y dos lapiceras.
Mientras dibujaba una leve sonrisa, pensé: “al fin y al cabo, no tener un mango no está tan mal”.

domingo, 8 de marzo de 2009

Promesas sobre el bidet

El Día Internacional de la Mujer usualmente es entendido por el hombre como la oportunidad ideal para redimirse luego de un mal año. Un saludo, un beso, alguna promesa especial y, nosotros, pensamos que es suficiente, por lo menos hasta la próxima fecha de importancia (cumpleaños, aniversarios, etcétera). Sin embargo, existen las excepciones. Hay hombres que, en un admirable gesto de grandeza, prometen hasta lo imposible para recuperar la confianza de su amada. Hablo de profundos cambios de conducta e incluso de filosofías de vida. Hablo de literalmente transformarse en alguien más, en alguien distinto, simplemente para dibujar una sonrisa en el rostro de una mujer. De todos estos hombres, ninguno como el que escribió este graffiti, ¡esas son promesas!

lunes, 2 de marzo de 2009

Pena de muerte

El avispero farandulesco (que más bien es un nido de víboras) y periodístico se regocijó por el dolor de Susana Giménez, quien tras la pérdida de un íntimo amigo pidió a los gritos la pena de muerte para los asesinos. Inmediatamente, viejas con ruleros, hombres de traje y decentes trabajadores se sumaron a un reclamo masivo: muerte para los asesinos.
Sin embargo, no tuvieron en cuenta que ellos mismos, y todos nosotros, podríamos ir presos si se votara una ley de ese estilo. Hagamos de cuenta que la Argentina vota efectivamente la pena capital para los homicidas. La norma, imagino rápidamente, diría que si en un juicio se demuestra que una persona mató a otra, la primera deberá ser sometida a una inyección letal, por ejemplo.
La ley echaría andar y las viejas con ruleros, los hombres de traje y los decentes trabajadores saldrían a las calles a celebrar su victoria, puesto que las autoridades por fin escucharon el pedido del ciudadano decente. La gente como uno.
Pero supongamos que luego de ejecutar a una persona acusada de asesinato caemos en la cuenta de que era inocente. En este caso, entonces, el juez que falló en contra del desgraciado, el fiscal que realizó la acusación y el policía que estuvo a cargo de la investigación del hecho deberían ser acusados de homicidio y, por lo tanto, condenados a la pena capital.
Y como el juez, el fiscal y el policía son empleados estatales, es decir, es el Estado el que le paga el sueldo, entonces todos los integrantes del Estado deberían ser juzgados como partícipes necesarios del asesinato. Porque si el Estado no les pagase el sueldo a estos incompetentes, entonces no se habría asesinado a un inocente. Y, pregunta retórica, ¿quiénes componen el Estado? Todos los ciudadanos de un país. Por lo tanto, los 40 millones de argentinos deberían ser juzgados y condenados a cárcel como partícipes necesarios de un asesinato.
Complicado, ¿no?