
En realidad, deberíamos hablar de pseudoperiodistas, como algunos de TyC Sports u Olé, quienes trataron la derrota como si fuese la pérdida de un ser querido o, peor, una batalla por el honor. Términos como humillación, vergüenza, cobardía, deshonra o desgracia fueron escuchados o leídos asiduamente en las columnas de estos patéticos personajes que pierden de vista su función en la sociedad: comunicadores sociales.
Porque no importa de qué hable, el periodista siempre tiene que estar conciente de que es un comunicador social, con todas las responsabilidades que ello implica. Y elevar a cuestión de estado un duelo deportivo implica muchas cosas que pueden resultar gravísimas.
Pierden de vista que ellos mismos, con este tipo de actitudes, cooperan en el alarmante estado de locura que recorre las canchas de fútbol. Porque reducir la violencia en los estadios al estado de la sociedad en general es acertado pero incompleto. Una multiplicidad de factores, entre los cuales se encuentra por supuesto el descalabro social, cooperan y confluyen para generar violencia.
Y estos tipos, algunos incluso concientemente, ponen su granito de arena en esta locura generalizada. Acaso porque ese es su negocio, acaso porque son demasiado estúpidos, acaso porque necesitan darle al deporte un lugar que no tiene para mantener la atención del público. En fin, por muchas cuestiones que no desvían sin embargo el tema que aquí nos trae: etiquetarlos con adjetivos bastante desagradables, que tranquilamente transitan todo el recorrido existente entre pelotudos e hijos de puta.
¡He dicho!
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