El caso Snowden aportó pruebas para revelar un secreto a voces
(no tan secreto): que los países se espían entre sí. Y que en esa
mecánica hipócrita, en la que dos líderes se abrazan ante las
cámaras mientras sus espías están revisando los basureros, reina
la lógica económica: el que más tiene, Estados Unidos, es el que
más gasta en averiguar los secretillos de los demás.