Las discusiones no se generan desde los
postulados, sino desde los argumentos que sostienen esos postulados.
Yo puedo pararme en un banquito, en
plena plaza San Martín, y gritar que dos más dos es cinco. Y si
viene otro a decirme que dos más dos es cuatro, la discusión será
estéril hasta que nos sentemos en el piso de la plaza, con varias
manzanas, y contemos: si tengo dos manzanas, y le sumo estas otras
dos manzanas, ¿cuántas manzanas tengo?, ¡diantres, tenía razón
el otro!
Hasta que el postulado (o la afirmación
inicial, o como se le llame) no fue respaldado por un argumento, no
hubo discusión posible, pues simplemente eran dos personas diciendo
cosas diferentes sobre un mismo tema. El jugo está en los
argumentos.