miércoles, 4 de febrero de 2009

Linda por dentro

El sector para fumadores de Mc’Donalds en Lima es más humilde que el de Sturbucks, que se ubica apenas a unos metros. Sólo cuatro mesas echadas a su suerte en la intemperie y cada una de ellas abrigadas sólo por una sombrilla.
El sabor del café y su aspecto me hacen extrañar cada vez más a los bares de Córdoba, que no pertenecen a ninguna marca multinacional, sino que son míos. O al menos es lo que siento cuando estoy en ellos. Sin embargo, no estoy hablando tanto de una cuestión de principios como de comodidad. Sencillamente, los bares de Córdoba son más cómodos.
Detrás del vidrio que separa a los impíos fumadores del aire puro que respiran aquellos que no morirán de cáncer al pulmón, una mujer lee una especie de tríptico con poca pericia, pues mueve sus labios al compás de las palabras. Pese a ese pequeño detalle, su aspecto es el de una intelectual. Pelo castaño y ondulado sostenido por una vincha marrón; cara redonda y ojos tristes, escudados por unos lentes finos, y ropas amplias que pretenden ocultar algunos kilos de más.
Sus movimientos abruptos y la forma en que alza la vista cada vez que alguien pasa cerca suyo revelan un carácter ansioso y, por sobretodo, inseguro.
Aunque pretende leer con atención, no puede disimular la desazón que penetra su alma como la aguja de un bencetacil la piel por la opción que eligió para su vida: el conocimiento. El camino del saber supone cierta indiferencia sobre cuestiones más banales como el aspecto estrictamente exterior. Ella lo sabe, pero no puede evitar cierto remordimiento por la incongruencia de un mundo que premia a la belleza física por sobre la espiritual.
“No me importa el exterior”, repiten millones de personas que jamás estarían dispuestas a besar a una persona físicamente fea, al menos para los estándares de belleza.
Ella lo sabe. Y por eso, muy en su interior, saluda su valentía por tomar el camino más arduo pero más satisfactorio. Y respira con alivio, porque al fin y al cabo, su alma es bondadosa.