
Unos juegan a la quiniela una vez en su vida y la ganan, y otros se la pasan apostando al 48 y el maldito número sale el día que se engriparon y no pudieron ir a la agencia a comprar su ticket.
No se trata de destino. Tampoco de un Dios que nos juzga de acuerdo a nuestros actos y obra en consecuencia, siempre respetando el libre albedrío, claro está, pero con alguna ayudita mientras tanto para guiar nuestro camino. Señores, estamos hablando de suerte. Culo, tuje, upite, fortuna, ojete, okote, tarro, buena estrella y todas las formas imaginables de llamarla, muchas de ellas relacionadas con la parte trasera del cuerpo humano.
Es sencillo. Muchos podrían haber hecho la jugada de Maradona a los ingleses. Sólo que al resto, los que no son Maradona, les habrían tapado el tiro del final. Si cualquier hijo de vecino hubiese pintado la Gioconda, y no Da Vinci, estaríamos ante una bigotuda que jamás habría pasado a la historia.
Pero nadie, repito, nadie tiene tanta mala suerte como los ladrones de un cargamento de zapatillas en el Mercado Modelo de Huancayo, en Perú. Con sólo imaginarlo, se me ponen los pelos de punta.
Los tipos seguramente planearon el robo durante meses. Estudiaron cada detalle para no caer durante el atraco y se expusieron a muchos años de cárcel por robo a mano armada. El golpe indicaba que debían esperar a que los empleados de la empresa transportadora descarguen la mercadería: 600 pares de calzado valuados en unos 20.000 dólares. Y lo hicieron a la perfección. En cuestión de minutos, tenían todo el cargamento en su poder.
El único problema fue que se trataba de zapatillas para el pie izquierdo. Sí, aunque nadie lo crea, todos los calzados estaban viudos de sus compañeros. Es decir, los 600 del pie derecho.
Hay que admitirlo, como dice mi amigo Javier, hay tipos que se caen de espalda y se quiebran el pito.